Tjallingii, Vansummeren y Cancellara, el podio de la París - Roubaix 2011 |
A falta de la Flecha Brabanzona, el mes de las clásicas de pavés ha llegado a su fin. No volveremos a ver la extraña combinación entre asfalto y caminos pedregosos hasta el año que viene. Y a buena fe que echaremos de menos estas carreras durante el resto de la temporada, porque nos han dejado momentos imborrables y también sorpresas. La París - Roubaix del domingo es prueba de ello.
Fabian Cancellara se quedó con la miel en los labios tanto en el Tour de Flandes como en la "Roubaix". Pero, mientras que en la clásica belga sus enemigos fueron su loable ambición y sus fuerzas -humanas-, sobre el "infierno del norte" su antítesis fue un Thor Hushovd colosal. El campeón del mundo mostró su poderío sobre los sectores de pavés y no se despegó en ningún momento de la rueda trasera del suizo, al que sólo dejó ir cuando la victoria ya estaba decidida en favor de Johan Vansummeren. El compañero de equipo de Hushovd, gran rodador, buena percha -1,97 m.- tuvo las fuerzas y el aplomo suficientes para pasar de gregario a estrella en uno de los días más señalados del calendario ciclista. La falta de compañeros en los kilómetros finales decantó la carrera del lado del equipo Garmin - Cervelo. Sólo contra todos, sin apoyos y aun siendo el más fuerte, Cancellara cayó en la trampa de ajedrez que Jonathan Vaughters, director deportivo de Hushovd y Vansummeren, había trazado. Su impotencia la encauzó primero con gestos airados al coche del Garmin, dando rienda suelta a su vena italiana, y luego con un tremendo ataque en el Carrefour de l'Arbre que frenó una moto desafortunadamente mal colocada.
Estoy seguro de que Hushovd, aunque contento por la victoria de su compañero belga, le dará mil vueltas a la carrera. Porque es posible que nunca se le ponga tan a tiro. Las caídas de Boonen y Pozzato -¿alguien vio ayer al italiano?- le dejaban como el hombre más rápido ante cualquier eventual llegada en grupo. Lo mismo puede decirse de Alessandro Ballan, por fin de vuelta en las clásicas del norte tras pagar con creces la llamada "maldición del maillot arcoiris". Por parte del ciclismo español, ningún pero a la participación de Juan Antonio Flecha, noveno. Siempre voluntarioso, el de Junín salió con soltura al primer arreón de Cancellara, pero acabó fundido y no pudo con su segundo ataque. Para el Quick Step de Boonen y Chavanel, el suspenso es claro. Su torpeza táctica en el Tour de Flandes dejó paso al infortunio de averías mecánicas y caídas. No me gustaría ser Wilfred Peeters. No sé cómo podría justificar la debacle de la escuadra blanquiazul.
La cara tiznada de barro, Vansummeren le pidió matrimonio a su novia en la meta. Ella aceptó. Doble felicidad para el belga, que simboliza la recompensa al trabajo de otros muchos corredores que, como él, se dejan la piel por las estrellas de este deporte. Grata sorpresa. Como dijo Cancellara, caballero, "es un día increíble para el ciclismo".
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